Chauen, sinfonía en branco e azul

En un viaje en ferry de tan solo treinta y cinco minutos desde el puerto de Tarifa llegamos a la costa marroquí. El puerto de Tánger es la puerta al mundo árabe, a una cultura de la que formamos parte. Sin embargo, hay grandes diferencias de las que somos conscientes en el momento del desembarco. Taxistas que intentan captar clientes a toda costa, gente que se ofrece a cambiar la moneda en la calle, espontáneos guías turísticos que tratan de acompañar al turista a su hotel a cambio de una propina. Hay tener muy claro que hay que salir de allí sin hablar ni mirar a nadie ya que un simple 'no gracias' les serviría para intentar llevarnos a su terreno. Al salir del puerto parece que retrocedamos en el tiempo, a pesar de ser Tánger una ciudad bastante moderna y europeizada, es notable la escasez de infraestructuras.

A cien kilómetros al sur de Tánger se encuentra la ciudad de Chefchauen, que quiere decir 'entre dos cuernos' ya que está enclavada entre dos montañas de la cordillera del Rif. Con una población cercana a los 40.000 habitantes, depende en gran parte del turismo que recibe durante todo el año.

Originalmente estaba formada por exiliados de Al-Andalus, tanto musulmanes como judíos. Por esta razón, la medina o parte antigua de la ciudad recuerda en gran medida a los típicos pueblos andaluces. Ciudad laberíntica, azul y blanca con callejuelas estrechas llenas de gente amable y hospitalaria, y niños que regalan sonrisas y pasean al lado del turista. Caminar por sus calles es como sumergirse en un cuento árabe en el que la banda sonora la componen los cantos del Imán llamando a sus fieles a la oración.

Chauen es también un paraíso para las compras, siempre mediante el regateo, una seña de identidad de la sociedad marroquí en la que casi todo es negociable. Llaman la atención los tintes que utilizan para encalar las paredes y para pintar los productos de piel tan típicos de allí. En el centro de la parte nueva de la ciudad nos encontramos con la plaza de Uta al-Hammam, lugar en el que sobre todo los visitantes disfrutan en sus terrazas del famoso té moruno y que sirvió como escena para la película española ‘Bajarse al moro’ de Fernando Colomo.

Desde la montaña podemos disfrutar de una preciosa vista de la ciudad amurallada así como encontrarnos con hornos de pan tradicionales y mujeres que trabajan sin descanso, trasladando agua y recogiendo leña mientras cuidan a los animales.

Marruecos es un país fascinante, de cultura arraigada, con muchos aspectos deseosos de cambio y hambrientos de modernidad; aún así es un país hermano al que nos unen innumerables características que derivan en una complicidad palpable.

Crónica e fotografías de María Ángeles Moreno Ortigueira.